viernes, 28 de marzo de 2014

Tres golpes de fusta. un tirón en las esposas metálicas que irritaban la piel de sus muñecas. “arre, caballo!! Arre!!” me limitaba a gritar, una y otra vez, con todas mis fuerzas, para así, contrayendo mi diafragma, ocultar lo acelerada que iba mi respiración.
-por favor, señorita. No tire tan fuerte.- decía él, con un tono tranquilo y apacible. Esa serenidad aumentaba el ritmo de mi respiración, así como la necesidad de fustigarle.
-los caballos no hablan!! Grité, entre fustazos.- siempre tienes que cargarte el juego!!- la frustración me podía.
-si me permite decirle, señorita, los caballos tampoco llevan antifaz. Y ya puestos, tampoco van esposados.
-a callar!!!- grité, en un tono más alto y agudo, si cabe. No era justo, nunca me dejaba disfrutar. Maldito sea. Las lágrimas se me saltaban de la rabia. Me ardían las mejillas y las orejas. Era una fiebre de frustración, odio, pasión y rabia.
-porqué no jugamos con sus muñecas, señorita? Estos juegos son  algo inapropiados para su edad…
-IDIOTA!! Le grité. Siempre tenía que sacar el tema, siempre… -TONTO!!!IMBECIL!!!- ahora su cuerpo temblaba por el dolor que le causaban mis desenfrenados golpes. No podía parar. Mis lagrimas me quemaban la cara y saltaban propulsadas por la brusquedad de mis movimientos . -¡¡mis muñecas son feas, no quiero jugar con ellas!! Yo quiero jugar contigo!!! Me iba muy rápido el corazón, sobre todo al decir esto último.
-pero su padre ha trabajado tanto para proporcionárselas, debería serle más agradecida.- intentó replica el mientras trataba de reprimir los gemidos de dolor. Pero los temblores de sus brazos le delataban.
De pronto, un golpe seco en su omoplato derecho hizo que la fusta se partiera en dos. La vara de madera se deshizo en dos fragmentos de mil astillas, de entre las cuales una centena rozó mi mano, una docena la raspó y una de ellas se clavó. Era curioso. Por muchos esfuerzos que hiciera, por mucho que me esforzara a lo largo de mi corta vida,  yo seguía sin poder ocultar el dolor. No entendía como lograban los mayores reprimir las lágrimas cuando les dolía algo, al igual que no entendía como yo no era capaz de hacer algo que parecía tan sencillo como no llorar, pero sin embargo sí que era capaz de desarrollar sentimientos tan fuertes hacia una persona. Mi vista se nubló y emití un quejido, seguido de un sollozo. La mano me temblaba, la tenía totalmente raspada y sangrienta. A quien quería engañar? Por mucho que comprara a escondidas juguetes para mayores, por mucho que le obligara a él a jugar conmigo… yo solo era una niña, y el mi mayordomo. Era imposible que mi amor fuera correspondido.
Pero de pronto,  noté como me caía de su espalda bruscamente, quedándome bocarriba, tumbada sobre el suelo. Si antes estaba yo encima de el, ahora era el quien estaba encima de mi. Se había quitado el antifaz, me había agarrado de la mano y me estaba examinando la herida, preocupado. Me sequé las lagrimas con la mano libre y contemplé fijamente su rostro. palidecí al vi sus ojos enrojecidos, sus mejillas humedecidas. Todo este tiempo, todo el tiempo que había estado pegándole, había estado llorando? O no? La loca esperanza de que sus lágrimas hubiesen nacido del sentimiento de preocupación surgió dentro de mi pecho. Pero yo sabía que aquello era imposible. Yo era tan solo una niña malcriada y el un adulto que nunca podría corresponderme. Punto.
-señorita –me dijo de repente, con un tono severo, tan severo que me pinchó en el corazón. – le he permitido que haga muchas cosas; me ha esposado, se ha montado sobre mi, me ha tapado la cara repetidas veces. Ha usado conmigo toda clase de objetos sospechosos finjiendo desconocer su verdadero uso pero aplicándolo de un modo inquietantemente correcto. Pero no pienso dejar, bajo ningún concepto… que se lastime a si misma. No pienso soportar la idea de volver a ver la sangre en su piel ni una sola vez más.

Y dicho eso, noté por primera vez en mi vida la sensación de los labios de la persona a la que amaba sobre los míos.